martes, 24 de enero de 2017


Silvia Ruiz Tresgallo 

Universidad Autónoma de Querétaro 
Doctora en letras hispánicas por The Pennsylvania State University 
Otoño 2016, Querétaro, México
Presentación del libro Leer a los amigos 
de Carmen Villoro 
#CarmenVilloro

La colección de reseñas y notas introductorias Leer a los amigos (2015) de Carmen Villoro celebra el resultado de “veinte años de amistad y lectura” (7). Villoro pasea por los comentarios y presentaciones realizadas por ella misma sobre las obras de sus colegas de profesión, los creadores que como ella practican el ejercicio reiterado de la escritura y, por qué no decirlo, de la lectura. En esta recopilación compleja y fascinante, la poetisa y narradora mexicana nos acerca a la obra de Ricardo Yáñez (el cual aparece al principio y al final de este libro), Virginia Arreola Zúñiga y Jorge Esquinca, entre otras muchas voces. Carmen Villoro, creadora y psicoanalista, nacida en ciudad de México, pero afincada en Guadalajara, recorre caminos formados por un mundo de letras y afectos en un diálogo en que los textos y no los autores (como ella misma indica) hablan entre sí. Esta colección, rica en matices sensoriales, envuelve al lector en el lenguaje hipnótico y extrañamente cotidiano de un pasado constituido por aquellos pasajes que se han recorrido ya, pero que al ser unidos por primera vez en un solo volumen, adquieren nueva vida y presencia.

Cuando las escritoras Aurora Velasco y Kikey Trejo me invitaron a realizar esta presentación sobre una autora que escribe sobre otros escritores no pude evitar pensar en uno de los conceptos de Roland Barthes, “La muerte del autor.” Si como argumenta el filósofo y ensayista francés la escritura es un lugar neutro donde acaba por perderse toda identidad. Si la unidad del texto no está en su origen, sino en su destino, y éste ya no puede ser personal. Si el lector es ese destino del texto que mantiene reunidas en un mismo campo todas las huellas que constituyen el escrito. ¿Qué sucede cuando el lector es al mismo tiempo creador? ¿Cómo influye la práctica del ejercicio escriturario al acercarse a las obras de quienes comparten tal labor? Estas disquisiciones, que quizás me afectan particularmente por ser académica, me llevaron a pensar no tanto en el análisis del libro en sí, sino en el acercamiento del creador, aquel que como Carmen conoce los recovecos, problemáticas y glorias del espacio en blanco.

Desde un principio, Carmen Villoro, se posiciona como autora y no como crítica. Su objetivo no es juzgar o calificar la labor del otro. Todo lo contrario, la escritora mexicana pretende contagiarnos de un hechizo del que ella misma es víctima, y este encantamiento no es otro que la fascinación por la lectura. Este sentimiento quijotesco que probablemente compartimos muchos y muchas de los que nos encontramos hoy aquí, la lleva a un objetivo, el de abrirse a una experiencia emocional que contagie al público. 
Sin duda, Leer a los amigos, logra crear puentes imaginarios en que el lector, que de alguna forma somos todos, explora y participa en un diálogo incesante que construye el texto. A lo largo de las reseñas, la autora se nos revela en distintos cuerpos y pieles que forman parte de su identidad. 

La lectura de la Carmen Villoro psicoanalista resulta una presencia permanente ya que se nos manifiesta como una ávida lectora de emociones. Por ejemplo, mientras reflexiona sobre la obra de Ricardo Yáñez en su reseña “Dejar de ser” afirma llegar a comprender la razón para la tristeza del poeta a través de la conmoción que provoca en el autor su propia voz. Como expresa la narradora: 

Ricardo Yáñez llora. Sus amigos nos angustiamos, nos preocupamos, le regalamos amuletos, le hacemos postres. Nada funciona. ¿Por qué llora Ricardo? Después de algún tiempo de conocerlo he llegado a la conclusión de que Ricardo no llora por tristeza, mucho menos por vanidad. Como buen poeta clásico, el creador se conmueve no ante sus propias palabras, sino ante la presencia insólita de la poesía en su voz. Podríamos decir que el árbol se deshoja. O con mayor precisión: que se da cuenta de que es árbol, y se deshoja. (11) 

En el caso del “Elogio del libro” dedicado a Jorge Esquinca, se nos desvela la Carmen lectora compulsiva que entiende el texto literario como un viaje lleno de aventuras sorpresivas e inesperadas. La autora asegura con rotundidad: 

TODO LIBRO ES UN LIBRO DE AVENTURAS. Se trate de un ensayo, de un conjunto de poemas, de una novela policiaca, de un cuento de hadas. El lector que abre la primera página se convierte de inmediato en el protagonista a quien las imágenes y las palabras le irán presentando una serie de desafíos que él, acompañado del amuleto de la curiosidad y de la buena estrella que otorga el abandono, irá venciendo. En su volumen de ensayos poéticos Elogio del libro, Jorge Esquinca le da una categoría sublime al ejercicio de la lectura, al que, junto a Michel Tournier, considera “un milagro” y le devuelve al lector su lugar justo: él es el otro autor sin el que el libro no existe verdaderamente. El elogio de la lectura es un acto de gratitud. Todo escritor ha sido un buen lector. (71) 


Aludiendo de forma indirecta a Barthes, Carmen Villoro nos descubre una verdad suprema: el lector resulta finalmente el otro autor del texto sin el cual la palabra pierde voz y sentido. Es decir, siempre hay un texto a la búsqueda de un lector. Quizás, a nivel personal, la reseña más emocionante y conmovedora resulta la dedicada a las escritoras queretanas e intitulada “Nosotras y las palabras”. Carmen Villoro corrobora un hecho que los que tenemos el privilegio de vivir en esta ciudad conocemos hace tiempo: “en Querétaro hay mujeres que escriben” (127). Como expresa el lenguaje de Villoro, los textos de estas damas se inspiran en la observación y la práctica de la cotidianidad en un territorio conocido pero a veces hostil. Podríamos decir que las escritoras son también soldados que desde su trinchera luchan por conquistar un tiempo que ⎯ debido a las responsabilidades familiares, laborales y comunitarias ⎯ parece no pertenecerles por pleno derecho. La escritura se convierte entonces en un tipo de burbuja temporal que permite a la mujer crear su propio espacio para recuperarse a sí misma, confrontar sus traumas y sanar las heridas. La celebre autora se identifica con sus compañeras al declarar: 

 Las imagino escribiendo sus textos ⎯ como yo escribo ahora ⎯ en la mesa de la cocina, mientras los hijos duermen; o en un café escuchando la lluvia que moja a los transeúntes; o apuntado una idea, un verso, alguna imagen, en la nota del súper o atrás de una receta, como lo hacía Emilie Dickinson, robando pedacitos de tiempo a las responsabilidades del trabajo, aplazando la ida a la tintorería, rescatando el espacio de espera del amante que nunca llegó, traicionando los compromisos sociales del marido. Escriben como pueden, cuando pueden, se inspiran en el tráfico, en la sala de espera del doctor, en las cicatrices de la ciudad que recorren diariamente, en la cama insomne y solitaria. Escriben porque la escritura es una herida que drena otras heridas, porque han descubierto que la palabra es una forma de dar imagen a lo vivido y de dar vida a lo imaginado, porque saben que la literatura es una mejor manera de habitar el mundo. (127) 

Aquí vemos a una Carmen comprometida con el género y con la labor de las mujeres escritoras que debido a sus cargas profesionales y familiares arañan horas al sueño y a los quehaceres diarios para verse a través de sus propios ojos por medio de la creación literaria. 

En resumen, Carmen Villoro ofrece una colección de reseñas que transporta al lector a mundos literarios, los de sus amigos y colegas de profesión. Sus notas poseen una gran variedad temática acompañada de una reseñable calidad técnica. La creadora y psicoanalista captura en sus comentarios espacios recuperados que hablan entre ellos en un dialogo abierto que debe continuar el lector. El mundo de los afectos, la cotidianidad y la autorreflexión ⎯ sobre la labor tanto del escritor como del lector ⎯ producen el tejido que hila gran parte de los relatos. El estilo de Villoro es impecable, con el uso de un lenguaje sencillo y asequible pero con metáforas e impresiones de gran profundidad. Sus reseñas, organizadas y escritas de forma magistral, no desaparecen una vez leídas sino que dejan una huella y abren un espacio para la introspección. El lector queda hechizado y saborea cada palabra como un dulce exquisito que se deshace lentamente en el paladar.

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