martes, 30 de septiembre de 2014


COMPARTIR, MÁS QUE COMPETIR

 
     Hablando sobre su libro “Crear o morir” Andrés Oppenheimer contó la historia de un chico que se graduó de Chef en Perú y puso su restaurant, -en ese momento de comida francesa, porque ésa era la que todo mundo buscaba-. Pero este chico se dedicó a investigar los sabores y productos de Perú y creó varias recetas. Luego de crearlas empezó a compartirlas con todos sus competidores y cuando Andrés lo entrevistó y le preguntó por qué las compartía si podía tener la exclusividad, él chef le contestó que si estas recetas se quedaban sólo con él, sería lograr muy poco, en cambio, si todos los restaurants de Perú conocían y preparaban buena comida peruana, juntos podrían generar un movimiento a nivel nacional e internacional.  Lo cual ha pasado, ya que en este momento la comida de Perú tiene muy buena reputación dentro del país y al exterior.
      Después de contar esta historia Andrés dijo esta frase: “Hay que compartir más que competir”, y eso me hizo pensar en el teatro en Querétaro y en lo mucho que hemos logrado.
En mayor o menor medida hemos gozado de la oportunidad de compartir nuestro trabajo, creatividad y hasta afecto y desde hace ya algunos años, es padrísimo ver a actores de aquí, trabajando allá, a actores de allá, yendo a ver el trabajo de los de acá y así.


Hay situaciones que generalmente se consideran utópicas, pero lo que se percibe estos días, es que la comunidad teatral de Querétaro está más compartiendo que compitiendo.

 
 
Marcia Trejo  / Kikey

 

 
 
De Liners

lunes, 15 de septiembre de 2014

Eres mi insomnio hecho realidad.


@Tuiterodactilo

domingo, 14 de septiembre de 2014


Un restaurant en París, abril 2013.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Es peligroso para un loco andar con una cuerda
y viceversa



Marcia Trejo / Kikey

Estoy volviéndome agua
por si te da sed



Marcia Trejo / kikey

jueves, 4 de septiembre de 2014

 Te voy a tejer algo con todos mis tequieros
para que te abrigues 
y no tenga frío tu corazón.



Kikey

lunes, 1 de septiembre de 2014

Cierro los ojos para escuchar el viento
sé que dice tu nombre
y a él me abrazo.




Marcia Trejo / Kikey
No necesitas darme alas
tengo carro



Kikey / Marcia Trejo


OSCAR DE LA BORBOLLA: MINIBIOGRAFÍA DEL MINICUENTO (fragmentos)


La vida puede tener mucha paja, en cambio la literatura es por fuerza sintética. Ahora sé que el resumen se logra mediante la elipsis, que para cargar de asunto las palabras es necesario suprimir esa necia y sosa infinidad de detalles que sobran, y sé que el minicuento es el fruto de la máxima elipsis. Esto lo aprendí no en los libros, sino en los cementerios, pues la muerte es la elipsis por antonomasia, la que suprime en serio, y por ello suelen ser tan serios y tan elípticos los epitafios. Así, nada tiene de extraño que el minicuento haya surgido emparentado con la muerte y que los panteones de todo el mundo sean insuperables antologías del minicuento.

Ahora, para terminar, voy a ofrecerles, en primer término, el mejor minicuento que conozco, en segundo, el más famoso y, finalmente, uno hecho por mí para esta ocasión y que, espero, sea el definitivamente más corto de cuantos puedan inventarse:

El mejor minicuento que he leído está en una lápida del Panteón Jardín: consta de una sola palabra, pero es una palabra que resume la vida de varios personajes, que muestra la pasión, los disgustos, los desgarramientos, la traición, los celos, la decepción, la rabia. Sobre una sobria piedra negra puede leerse esta hondísima historia: “Desgraciada”.

El más famoso minicuento forma parte de la literatura épica y está armado con narrador autodiegético: es la archiconocida frase dicha por César al vencer a Farnaces: “Veni, vidi, vici”. Aclaro que César la compuso con cabal conciencia y con plena intención de síntesis, pues buscaba informar al Senado, con una historia rápida, la rapidez de su victoria.

El minicuento más breve posible empecé a componerlo en mi perdida pubertad de paseante de panteones, en los tiempos cuando descubrí mi vocación literaria y filosófica. En él se resumen no sólo mis dudas ante la vida y la muerte, sino la incertidumbre universal del hombre ante el destino. Este minicuento dice exclusivamente: “¿Y?”