domingo, 9 de septiembre de 2012


Te quedaste dormida sin decir nada, sin preocuparte por mí, y en aquella total indiferencia, en aquel ofrecerme la espalda desnuda, encontré más amor que el que había hallado en toda mi puñetera vida de arrumacos y de mujercitas piadosas que me abullonaban las almohadas y me cubrían de colchas con su cariño maternal. Esa noche me acuclillé a tu lado, me acomodé hecho un ovillo y estuve tiritando de frío con la cara a poca distancia de tu sexo.


Oscar de la Borbolla

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