domingo, 12 de agosto de 2012





Vienen por mí y yo estoy furioso. Les dije que no iba, que me sentía bien, que los nervios se me iban a pasar. Pero nada, no creen lo que les digo, eso me desespera y me pongo nervioso, entonces me ofrecen un calmante, (eso me enoja muchísimo), les digo que no lo quiero, y por supuesto me pongo más nervioso.
         Así, triste e irritable llevo varios días, por eso decidieron que fuera.
         Ellos lo arreglaron todo. Compraron los pasajes, empacaron mi ropa y yo me puse muy mal porque odio que se metan en mis cosas, pero parece que nadie me hace caso.
        
         Ya vamos para allá. No hablo con nadie porque voy enojado y conforme pasa el tiempo más y más rechazo la idea de ese lugar completamente blanco.
         Ellos quieren dejarme ahí, creen que eso me hace bien y yo completamente en desacuerdo frunzo el ceño y me callo más todavía.

         Ya reconozco el lugar, me ayudan a bajarme, aún cuando me resisto. Bajan mis maletas, entramos, es un sitio donde he pasado otras temporadas. Salgo a la terraza y extiendo la mirada en el paisaje blanco.
La cabaña es acogedora, la montaña permanece tranquila, bien abrigado, me siento en la mecedora. Ellos se despiden y se van.
         Toda la tarde me quedo mirando la nieve y me doy cuenta de que tenían razón, venir a mi casa de invierno fue buena idea, me siento más tranquilo.






Marcia Trejo (Kikey)
17 de septiembre de 2007

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