martes, 6 de septiembre de 2016

CARPE DIEM
Por Óscar dela Borbolla

En los últimos años he pasado, a propósito de mi conciencia de finitud, de un nivel que podría denominarse libresco a uno crudamente vivencial. La muerte, que en mi adolescencia fue un sobresalto y un dolor incomprensibles, se convirtió, con el paso de los muertos, en una actividad profesional: en el tema de mis reflexiones, de mis estudios, de mis escritos; con todo, no sé si es por mi edad o por la acumulación de cadáveres de prójimos muy íntimos, o por los naufragios personales -ya demasiados a estas horas- y que me han forzado a arriar mis sueños y navegar sin rumbo, o por todo esto y más, que la frase latinacarpe diem (aprovecha el instante) hoy se esparce como una ampolla de perfume que hubiera reventado para impregnarlo todo.
Carpe diem porque no hay, ni queda, ni habrá más que este instante en fuga permanente que me lleva, como a todo lo que existe, contra el muro que llamamos muerte, y que no me dejará pasar más adelante. Carpe diem porque es imbécil querer sostener lo insostenible, alcanzar lo inalcanzable y reconciliar lo irreconciliable; carpe diem porque ahora no hay más que este aquí y aquí no hay más que este ahora. Carpe diem porque por fin entiendo no la vida como un proyecto con su correspondiente sacrificio, sino como este instante que pasa por mis manos como una cuerda hiriente a la que suelto para que siga su camino mientras que yo me hundo.
Me hundo es un decir: la arena movediza donde estamos parados no nos traga de golpe; vamos y venimos por los días y los años sin plazo fijo y, eso sí, en cualquier momento el pantano se abre y nos engulle. Este es todo el asunto; pero es un asunto de tal envergadura que vuelve banales las cuitas y los triunfos, los propósitos de hondo calado y las semanas infecundas. Da enteramente igual y, por ello, carpe diem, pues siempre dejaremos una obra a medias, una conversación a medias, una amenaza sin cumplir.
Aprovecho el instante. ¿Qué otra cosa me ha ofrecido la vida sino instantes a los que mi necedad quiso ver hilados, concatenados, escalonados para llegar a algo? No había más que momentos aislados, sin relación los unos con los otros: momento únicos que el surtidor del tiempo iba disparando aquí y allá sin ton ni son y, con todo, me sostuve: escribí libros, logré entender algunas cosas, compartí mi tiempo creyendo que lo estaba invirtiendo para, un día, volver por él y recuperarlo, como si el tiempo fuera dinero ahorrado en un banco. Pero no había banco de tiempo ni inversiones buenas o malas; no había más que instantes que derroché en una cosa u otra.
 En una cosa u otra se va el tiempo y, por eso, carpe diem lo que me quede.

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