lunes, 15 de agosto de 2016


LA VIDA EN PALABRAS
Por Óscar de la Borbolla

Cuando miro a mi perra echada en el tapete con la mandíbula encajada en el piso, en un oasis de paz beatífica no entiendo qué la inquieta; de un segundo a otro, para las orejas, ladra y su expresión de letargo muda como si hubiese advertido algo. La invito a callar con un “shist” que la apacigua y que la hace adelantar las patas y apoyar nuevamente en ellas la barbilla. Yo la miro y no entiendo.
Cuando mi perra me mira sentado en mi silla giratoria, con la nariz inclinada en la pantalla de mi tableta y en aparente paz; tampoco ella entiende por qué yo de pronto cambio de expresión y comienzo a tamborilear con los dedos en el teclado. No me dice nada, ni siquiera me lanza un ruido onomatopéyico como le hago yo; a lo más entreabre los ojos y contempla el modo como regreso a la quietud de un momento antes. Ella me ve y no entiende.
Ninguno de los dos entiende al otro y posiblemente ni siquiera cada quien a sí mismo. Yo miro las palabras que he dejado escritas, las leo, comprendo su significado y me pregunto: ¿Habrá en el mundo alguien que también quiera leerlas? ¿Alguien que sea un testigo amigo que se interese por lo que en este momento (único de mi vida, como todos) pasa por mi cabeza, baja por mis manos y queda escrito aquí? ¿Alguien que se interese en el paralelismo entre mi perra y yo? ¿Alguien que se moleste, se ofenda o se sienta burlado por el contenido absurdo de este artículo que le habrá hecho perder a estas alturas dos minutos y medio de su vida?
Releo mi confesión, miro a mi perra que sigue echada junto a mí compartiendo su vida conmigo, mientras que yo comparto nuestra vida con todo aquel que siga leyendo mis palabras hasta aquí.
¿De qué se trata esto? Se trata sencillamente de lo evidente: de retratar con palabras un instante y dejarlo aquí, para que vuelva a ocurrir cuantas veces sea leído; se trata de quitar el pretexto de una tesis o de una idea que me sirva de coartada para encontrarme con la curiosidad de un lector, o de muchos, y de enfrentar esa curiosidad con un instante mío, porque antes de escribirlo solo era mío.
Estoy, como en la foto, escribiendo esto que no es otra cosa más que un momento de mi vida; no es una reflexión como las que acostumbro, no es una idea que desenvuelvo. Es solo este rato de tamborilear en el teclado junto a mi perra. Un rato que se habría perdido para siempre si hubiera escrito otra cosa, un rato que ni yo hubiera recordado, del que ni siquiera me habría dado cuenta si no hubiera decidido escribir este autorretrato.
Ahora estoy aquí junto a mi perra y frente a un lector desconocido que cierra el círculo que me da existencia. Es un lector que sin saberlo él, ni conocerlo yo, le estoy dando existencia (esta particularísima existencia de lector de este texto) al escribir precisamente acerca de esto: de que mi perra está a mis pies, mientras yo tomo nota de lo que me está ocurriendo.
¿Y qué está ocurriendo? Pues que mi perra está tranquila y de pronto se inquieta, y que yo estoy quieto y de pronto escribo, y que ella no me entiende ni yo a ella, y que todo esto ocurre en la vitrina de este periódico virtual llamado SinEmbargo, al que ustedes se asoman, y aquí es donde está la verdadera nota: nos estamos comunicando pese a que nadie entienda nada: Ni mi perra a mí, ni yo a ella, ni usted a mi perra ni a mí. Nos hemos comunicado aunque los motivos de cada cual, incluyendo los de mi perra, sean inalcanzables. Ahí está para ustedes y para mí, y para siempre, lo que ocurrió en mi casa esta tarde.


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@oscardelaborbo

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