martes, 5 de agosto de 2014

"Laberintos 7"
Una vez me senté en la banca de un parque -como Augusto Pérez, el personaje de Unamuno- a esperar a que pasara un perro para irme tras él; estaba decidido a seguirlo sin importar que fuese hacia la izquierda o hacia la derecha: quería ver qué me deparaba el azar.
Al cabo de una hora me sentí aburrido, no había pasado ni un perro y para colmo comenzó a llover. Sin pensarlo, corrí a guarecerme debajo de un alero al que también llegó una mujer cuyo rostro me resultó atractivo y familiar; nuestras sonrisas se cruzaron. Qué lluvia, dijo ella, y yo asentí ¿Nos conocemos?, le pregunté, y me miró tratando de reconocerme. Creo que sí, pero no recuerdo de cuándo, dijo, y en un instante me cruzó por la cabeza toda una vida de desgracias con ella. Yo sí me acuerdo, respondí con un tono cortante: nos conocemos pero no del pasado, sino del futuro y, hasta donde pude ver, más vale que no nos metamos en este laberinto. Ella me miró extrañada y yo, dándole la espalda, me entregué a la lluvia sin despedirme siquiera. Fue una premonición o un disparate, no lo sé; de lo que estoy seguro es de que el azar me había tendido una trampa y de que, al menos esa vez, conseguí librarme.

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