jueves, 22 de julio de 2010


El sol aparentaba morir y teñía con sangre el horizonte. Pero la sangre derramada era un engaño: no era anuncio de muerte sino presagio de resurrección. El astro herido se ocultaría una noche para engañar a la luna
y reiviviría para perseguirla hasta expulsarla del firmamento. Después, treparía al cénit y desde ahí se proclamaría señor de lo celeste. Ambos sol y luna habían sido condenados a luchar en ese mismo sitio hasta el fin del tiempo y ambos cumplían puntualmente su condena.



Rosaura Barahona
"Mar"
Abecedario para niñas solitarias

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