Te quedaste dormida sin decir nada, sin
preocuparte por mí, y en aquella total indiferencia, en aquel ofrecerme
la espalda desnuda, encontré más amor que el que había hallado en toda
mi puñetera vida de arrumacos y de mujercitas piadosas que me
abullonaban las almohadas y me cubrían de colchas con su cariño
maternal. Esa noche me acuclillé a tu lado, me acomodé hecho un ovillo y
estuve tiritando de frío con la cara a poca distancia de tu sexo.
Oscar de la Borbolla
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