CARPE DIEM
Por Óscar dela Borbolla
En los últimos años he
pasado, a propósito de mi conciencia de finitud, de un nivel que podría
denominarse libresco a uno crudamente vivencial. La muerte, que en mi
adolescencia fue un sobresalto y un dolor incomprensibles, se convirtió, con el
paso de los muertos, en una actividad profesional: en el tema de mis
reflexiones, de mis estudios, de mis escritos; con todo, no sé si es por mi
edad o por la acumulación de cadáveres de prójimos muy íntimos, o por los
naufragios personales -ya demasiados a estas horas- y que me han forzado a
arriar mis sueños y navegar sin rumbo, o por todo esto y más, que la frase
latinacarpe
diem (aprovecha el
instante) hoy se esparce como una ampolla de perfume que hubiera reventado para
impregnarlo todo.
Carpe diem porque
no hay, ni queda, ni habrá más que este instante en fuga permanente que me
lleva, como a todo lo que existe, contra el muro que llamamos muerte, y que no
me dejará pasar más adelante. Carpe
diem porque es
imbécil querer sostener lo insostenible, alcanzar lo inalcanzable y reconciliar
lo irreconciliable; carpe diem porque ahora no hay más que este aquí y aquí no
hay más que este ahora. Carpe diem porque por fin entiendo no la vida como un
proyecto con su correspondiente sacrificio, sino como este instante que pasa
por mis manos como una cuerda hiriente a la que suelto para que siga su camino
mientras que yo me hundo.
Me hundo
es un decir: la arena movediza donde estamos parados no nos traga de golpe;
vamos y venimos por los días y los años sin plazo fijo y, eso sí, en cualquier
momento el pantano se abre y nos engulle. Este es todo el asunto; pero es un
asunto de tal envergadura que vuelve banales las cuitas y los triunfos, los
propósitos de hondo calado y las semanas infecundas. Da enteramente igual y,
por ello, carpe diem, pues siempre
dejaremos una obra a medias, una conversación a medias, una amenaza sin
cumplir.
Aprovecho
el instante. ¿Qué otra cosa me ha ofrecido la vida sino instantes a los que mi
necedad quiso ver hilados, concatenados, escalonados para llegar a algo? No
había más que momentos aislados, sin relación los unos con los otros: momento
únicos que el surtidor del tiempo iba disparando aquí y allá sin ton ni son y,
con todo, me sostuve: escribí libros, logré entender algunas cosas, compartí mi
tiempo creyendo que lo estaba invirtiendo para, un día, volver por él y
recuperarlo, como si el tiempo fuera dinero ahorrado en un banco. Pero no había
banco de tiempo ni inversiones buenas o malas; no había más que instantes que
derroché en una cosa u otra.
En una cosa u otra se va el tiempo y, por eso, carpe diem lo que me quede.
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