A vuelta y vuelta, el algodonero fabrica nubes color rosa, jirones de azúcar que se esponjan alrededor de una varita de madera. Los niños juegan a comerse el viento. Dulces efímeros, qué parecidos a los besos, dejan también la boca enrojecida y se deshacen en los labios presagiando ausencias.
Carmen Villoro
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