UN ZOMBI VAGABUNDO ( y 3 )
Será difícil
que los lectores de Gwyn dejemos de sentirnos cuestionados acerca de nuestra
propia experiencia, que incluye un concepto maniqueo de esas dos potencias
totalitarias (como las calificó otro paciente hepático, Bolaño, que sobrevuela
estas páginas) llamadas salud y enfermedad; y quién sabe si también de la
división entre el cuerpo y esa protuberancia que denominamos alma. Partiendo de
un ensayo del escritor chileno, a quien él mismo tradujo, Gwyn razona
ecuacionalmente, concluyendo que la enfermedad despeja toda incógnita.
Cualquier elemento al que se sume quedará restado, subsumido: «sexo +
enfermedad = enfermedad; viaje + enfermedad = enfermedad». Retomando a Sontag,
describe dos reinos que se sueñan opuestos, el de los enfermos y el de los
sanos. Él ha vivido en ambos y no está seguro de cuál es su verdadera patria.
«Es», resume, «como si tuviera dos pasaportes de países que sospechan el uno
del otro». Con oportunos golpes de humor que alivian sin anestesiar, a
semejanza del personaje del Profesor W (de quien el narrador observa,
autorretratándose, que «tiene un lindo sentido para lo macabro que no puede
mantener a raya»), El desayuno del vagabundo toca la vena de
lo que todos somos en primer o segundo grado. Supervivientes que hablan.
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