Vienen por mí y yo estoy furioso. Les dije que no
iba, que me sentía bien, que los nervios se me iban a pasar. Pero nada, no
creen lo que les digo, eso me desespera y me pongo nervioso, entonces me
ofrecen un calmante, (eso me enoja muchísimo), les digo que no lo quiero, y por
supuesto me pongo más nervioso.
Así, triste e irritable
llevo varios días, por eso decidieron que fuera.
Ellos lo arreglaron
todo. Compraron los pasajes, empacaron mi ropa y yo me puse muy mal porque odio
que se metan en mis cosas, pero parece que nadie me hace caso.
Ya vamos para allá. No hablo con nadie porque voy enojado y
conforme pasa el tiempo más y más rechazo la idea de ese lugar completamente
blanco.
Ellos quieren dejarme
ahí, creen que eso me hace bien y yo completamente en desacuerdo frunzo el ceño
y me callo más todavía.
Ya reconozco el lugar,
me ayudan a bajarme, aún cuando me resisto. Bajan mis maletas, entramos, es un
sitio donde he pasado otras temporadas. Salgo a la terraza y extiendo la mirada
en el paisaje blanco.
La cabaña es acogedora, la montaña permanece
tranquila, bien abrigado, me siento en la mecedora. Ellos se despiden y se van.
Toda la tarde me quedo
mirando la nieve y me doy cuenta de que tenían razón, venir a mi casa de
invierno fue buena idea, me siento más tranquilo.
Marcia Trejo (Kikey)
17 de septiembre de 2007