jueves, 28 de agosto de 2008
miércoles, 27 de agosto de 2008
En algún espacio que guardan los sueños
se esconde la mirada que se supone,
la caricia que se recuerda,
el beso que se revive cerrando los ojos.
En alguna esquina del alma vive la posibilidad
y en algún recoveco el miedo,
el temor de todo
de la noche
de la lluvia
del silencio de las calles donde no estás
donde estuvimos
donde estaremos o quizá no
donde todo parece vacío
y sólo está la lluvia
y luego la lluvia otra vez
recordándonos el llanto que guardamos
la noche
el silencio
y todo eso que navega unas calles
que no muestran ni una orilla
e inclementes me nombran
náufrago de una vida mejor
que a lo lejos
ya no se distingue
y otra vez la lluvia
noche y día
sale de mí
y a mí vuelve
como recuerdo
del temor
y de esa pena
que no parece pena
que parece un sonido necio
o una ilusión óptica
que atormenta el pasado
diciéndole que no
quién sabe,
quizá esta lluvia
quizá esta noche
quizá este silencio
quizá lo que ya no será
o tal vez ese espacio que guarda los sueños
o la posibilidad dormida en una esquina del alma
o nada más la lluvia
que me recuerda
que llorar es apenas el principio
del recuerdo
de una pena
que no hace más que arreciar
amainar
engañar
y volver a derramarse en tremendo aguacero.
Marcia Trejo
se esconde la mirada que se supone,
la caricia que se recuerda,
el beso que se revive cerrando los ojos.
En alguna esquina del alma vive la posibilidad
y en algún recoveco el miedo,
el temor de todo
de la noche
de la lluvia
del silencio de las calles donde no estás
donde estuvimos
donde estaremos o quizá no
donde todo parece vacío
y sólo está la lluvia
y luego la lluvia otra vez
recordándonos el llanto que guardamos
la noche
el silencio
y todo eso que navega unas calles
que no muestran ni una orilla
e inclementes me nombran
náufrago de una vida mejor
que a lo lejos
ya no se distingue
y otra vez la lluvia
noche y día
sale de mí
y a mí vuelve
como recuerdo
del temor
y de esa pena
que no parece pena
que parece un sonido necio
o una ilusión óptica
que atormenta el pasado
diciéndole que no
quién sabe,
quizá esta lluvia
quizá esta noche
quizá este silencio
quizá lo que ya no será
o tal vez ese espacio que guarda los sueños
o la posibilidad dormida en una esquina del alma
o nada más la lluvia
que me recuerda
que llorar es apenas el principio
del recuerdo
de una pena
que no hace más que arreciar
amainar
engañar
y volver a derramarse en tremendo aguacero.
Marcia Trejo
martes, 26 de agosto de 2008
viernes, 22 de agosto de 2008
sábado, 9 de agosto de 2008
Para Aurora
La circunferencia sirvió para comenzar a dibujar el mundo. En ese espacio, Sofía puso lagos, montañas, palmeras, ríos, unas casas, la sonrisa de su abuela, la casa de su amigo Roberto y los peces que un día compró en la feria. Ahí puso todo, mientras su abuela bebía el contenido de la lata. Luego muy contentas salieron y bajo la llovizna corrieron a resguardarse en una de las palmeras que dibujó Sofía.
Marcia Trejo
La circunferencia sirvió para comenzar a dibujar el mundo. En ese espacio, Sofía puso lagos, montañas, palmeras, ríos, unas casas, la sonrisa de su abuela, la casa de su amigo Roberto y los peces que un día compró en la feria. Ahí puso todo, mientras su abuela bebía el contenido de la lata. Luego muy contentas salieron y bajo la llovizna corrieron a resguardarse en una de las palmeras que dibujó Sofía.
Marcia Trejo
domingo, 3 de agosto de 2008
En el campo los girasoles se desatan,
levantan la mirada y descubren el cielo azul y el aire limpio.
Cada pétalo sonríe,
respira profundo y encuentra el espacio perfecto para la esperanza y el aliento,
para que cada tarde cuando el sol duerma,
los suaves amarillos sepan que habrán otros amaneceres
y que volverán a abrirse esperando esos ojos azules
que los miren con ternura.
Marcia Trejo
levantan la mirada y descubren el cielo azul y el aire limpio.
Cada pétalo sonríe,
respira profundo y encuentra el espacio perfecto para la esperanza y el aliento,
para que cada tarde cuando el sol duerma,
los suaves amarillos sepan que habrán otros amaneceres
y que volverán a abrirse esperando esos ojos azules
que los miren con ternura.
Marcia Trejo
Velero mariposa
transparencia que el viento desliza sobre el brillo agitado
que refleja unas nubes de efímero blanco.
Allá ellos,
a la orilla del muelle
regalando palabras que el viento teje.
Allá el sol que tierno acaricia las miradas
y en ellas todo
y allá,
más allá,
el momento soleado
que en el cristalino vaivén
suena mágico
e irrepetible.
Marcia Trejo
transparencia que el viento desliza sobre el brillo agitado
que refleja unas nubes de efímero blanco.
Allá ellos,
a la orilla del muelle
regalando palabras que el viento teje.
Allá el sol que tierno acaricia las miradas
y en ellas todo
y allá,
más allá,
el momento soleado
que en el cristalino vaivén
suena mágico
e irrepetible.
Marcia Trejo
NEW YORK CITY
Lo primero en mi mente es la imagen del unicornio.
Las calles de Nueva York lo acogen extrañadas, mis ojos como algo más normal lo descubren blanco y azul con la mirada triste. El taxi se atora, estamos rodeados, porque de pronto somos un carro entre muchos unicornios. Distingo al azul, ya que los demás son color naranja. El primero sonríe. Yo sonrío. Poco a poco se hacen a un lado y el taxi comienza a avanzar despacio.
La estación del tren se ve a unas cuadras. Me espera el mar.
Me esperan sus ojos, que no sé por qué antes eran azules y ahora son color miel.
Y no sé por qué sé que son color miel, porque todavía no nos encontramos y sé que la última vez que lo vi eran azules.
Un sonido como de arrullo japonés se escucha entre los unicornios. Y sé que es japonés porque distingo, Shiawase, la palabra felicidad, pero luego escucho hapiness, bonheur, alegría, escucho siamo molto felici y entonces comprendo que estoy en una historia fragmentada, que me han quitado páginas, que una línea tachoneada me impide saber cuando salí de Nueva York y por qué estoy ya en Maine, si en ningún momento subí al tren.
Afortunadamente entre rayones y tachaduras, puedo ver una vez más a los unicornios y aunque sea sólo en un párrafo, me encuentro un instante con el hombre del mar. Desafortunadamente no veo el color de sus ojos, porque a la página le falta esa parte, y entonces, sin habernos mirado tiernamente… distingo al azul ya que los demás son color naranja, el primero sonríe. Yo sonrío. Poco a poco se hacen a un lado, el taxi comienza a avanzar despacio… y me doy cuenta de que algún gracioso, puso la 8 después la 124 y de que estoy otra vez en el taxi tratando de llegar la estación para ir a Maine, donde tal vez, alguna vez vuelva a encontrar esa mirada.
Marcia Trejo
Lo primero en mi mente es la imagen del unicornio.
Las calles de Nueva York lo acogen extrañadas, mis ojos como algo más normal lo descubren blanco y azul con la mirada triste. El taxi se atora, estamos rodeados, porque de pronto somos un carro entre muchos unicornios. Distingo al azul, ya que los demás son color naranja. El primero sonríe. Yo sonrío. Poco a poco se hacen a un lado y el taxi comienza a avanzar despacio.
La estación del tren se ve a unas cuadras. Me espera el mar.
Me esperan sus ojos, que no sé por qué antes eran azules y ahora son color miel.
Y no sé por qué sé que son color miel, porque todavía no nos encontramos y sé que la última vez que lo vi eran azules.
Un sonido como de arrullo japonés se escucha entre los unicornios. Y sé que es japonés porque distingo, Shiawase, la palabra felicidad, pero luego escucho hapiness, bonheur, alegría, escucho siamo molto felici y entonces comprendo que estoy en una historia fragmentada, que me han quitado páginas, que una línea tachoneada me impide saber cuando salí de Nueva York y por qué estoy ya en Maine, si en ningún momento subí al tren.
Afortunadamente entre rayones y tachaduras, puedo ver una vez más a los unicornios y aunque sea sólo en un párrafo, me encuentro un instante con el hombre del mar. Desafortunadamente no veo el color de sus ojos, porque a la página le falta esa parte, y entonces, sin habernos mirado tiernamente… distingo al azul ya que los demás son color naranja, el primero sonríe. Yo sonrío. Poco a poco se hacen a un lado, el taxi comienza a avanzar despacio… y me doy cuenta de que algún gracioso, puso la 8 después la 124 y de que estoy otra vez en el taxi tratando de llegar la estación para ir a Maine, donde tal vez, alguna vez vuelva a encontrar esa mirada.
Marcia Trejo
Al personaje de este cuento le era doloroso mantenerse en los límites del mundo aéreo.
El congestionamiento no le importaba, la cabina no era confortable, ella no vino y los momentos felices parecían alejarse conforme el avión avanzaba entre la bruma.
Los pasajeros no notaron nada, las aeromozas no se percataron, el tablero de controles no marcaba pero él no se dio cuenta. Pensar en ella había sido peligroso siempre, pero nunca como ese domingo en el que el aterrizaje forzoso por suerte no dejó víctimas. Salvo un piloto diagnosticado con fractura de corazón.
Marcia Trejo
El congestionamiento no le importaba, la cabina no era confortable, ella no vino y los momentos felices parecían alejarse conforme el avión avanzaba entre la bruma.
Los pasajeros no notaron nada, las aeromozas no se percataron, el tablero de controles no marcaba pero él no se dio cuenta. Pensar en ella había sido peligroso siempre, pero nunca como ese domingo en el que el aterrizaje forzoso por suerte no dejó víctimas. Salvo un piloto diagnosticado con fractura de corazón.
Marcia Trejo
INSOMNIO DE OTOÑO
Perdida en las vueltas del insomnio me descubro añorando el amarillo que poco a poco se combina con el rojo, el verde o el ocre.
La neblina de un día húmedo ilumina el camino, lo baña, lo abraza y provoca la melancolía de los viajantes que animados por la belleza insólita de una mañana fresca se internan en un bosque e iluminan sus caras con los rayos que traviesos se filtran entre el follaje.
En mis ojos cerrados se albergan esos gansos que se alistan para volar, muy juntos hablan de su tierra, despiden sus ojos del verde y poco a poco van al sur dejando el campo desolado pero lleno de esperanza porque saben que siempre habrá un año que viene.
En el lago aún vuelan mariposas velero. Los navegantes arrancan del verano los últimos espacios tibios. Los ojos de los que gozan el vaivén del agua y la caída del sol reposan y sonríen, saben que por mágico que parezca, ese espectáculo es cierto, es suyo y permanecerá aún cuando los meses sean distintos, las caras sean otras o el cielo cambie sus colores para dibujar paisajes nuevos.
Los senderos acogen nuestros pies que trituran a las hojas que crujen, quisiéramos caminar con cuidado, flotar para dejar la alfombra intacta, pero el peso de nuestra alegría nos impide elevarnos y entonces comprendemos que esas hojas murieron, y nos conforta entender que serán el alimento de las que nacerán en una nueva primavera.
El viento que sostiene el viaje de las mariposas anaranjadas susurra recuerdos a los oídos de los seres queridos.
Una mañana huele a café y un abrazo nos espera. Luego el día se viste de sorpresa para llevarnos a pasear por in imaginados lugares donde seremos felices.
Reconocemos las caras de los amigos y nos alegran.
Descubrimos que el cariño parece el mismo pero es más y más grande.
Las calles se tatúan en la memoria, se aferran, se deslizan con gracia y nos regalan colores que no parecen ciertos.
Y otra vez una tarde, junto al río, las gaviotas se escuchan, juegan en el agua, se pierden con la noche, duermen y descansan de su labor de sorprenderme con su incansable vuelo. Vuelo que me recuerda al viaje vivido desde la ventanilla, donde la geografía llena mis ojos, las nubes me regalan la calma y el espacio aéreo sostiene la sonrisa o la lágrima de la alegría de saber que lo que hoy parece estar en las vueltas de un insomnio está en realidad en una esperanza y en el fondo cálido de mi corazón.
Kikey / 22 de septiembre de 2007
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